viernes, 14 de agosto de 2009

Personajes

Una mirada al pasado y me encuentro otra vez parado en un calle de mi playa ancha anhelado, pero camino y veo otra vez la infancia, los dias de jugar a la pelota en mi barrio, en calles barrosas, en calles de adoquines de piedra, miro alrededor y salgo al balcón de mi antigua casa y veo a mujeres lavando y tendiendo altos de ropa recién húmeda, la cual se coloca ante los tibios rayos de sol, camisas, pantalones y otras prendas, flamean a merced del viento sur, puedo ver a los que nunca olvidaremos, los famosos hombres que cada día veíamos subir y bajar por nuestras calles, muchos haraposos y mal vestidos, gente que dejó el tiempo a merced del destino, solo unas copas de vino, o una botella chica de bebida llena de algún otro licor comprada en alguna botillería, serían su desayuno diario, aún retengo en mi memoria a los antiguos curaditos, que si bien deambulaban por nuestros barrios o por la avenida, estos en alguna oportunidad fueron ocupados por alguna casera para mandarlos a comprar parafina u otro mandado, donde se ganaban algunas monedas para seguir entonados o ya tarde para ir a dormir en algún alberge del hogar de Cristo, pero en particular esta remembranza a uno en particular, lo llamaban cariñosamente el “chasca”, hombre de pequeña estatura, tranquilo y no era un curadito odioso, una vez me acerqué a conversar con este personaje, y descubrí al interior de él una gran historia de su vida, me contó que había sido uno de primeros tripulantes en llegar a la antártica en esos años, hombre de mar, muy respetuoso en sus palabras y muy educado, podía advertir esto en su lenguaje, pero también dejaba de entrever un pasado de sufrimiento el cual lo había llevado a caer en este bagaje, pero al final era parte de mi entorno, a diario lo podía ver bebiendo rapidito una botellita de vino tras alguna mampara entreabierta, a lo cual en muchas ocasiones fue advertido por los dueños de las casas, entonces se ocasionaban algunas discusiones y alegatos pasajeros, pero el “chasca”, solo omitía estas palabras y agachaba la cabeza como un niño chico a quién retan, pero lentamente se marchaba para continuar quizás donde. Retratos de hombres recios que quizás muchos de los nostálgicos conocieron y hasta a lo mejor rieron con ellos, pero en fin fue uno de tantos que deambuló por esas calles que también le sirvieron de albergue y donde en más de alguna oportunidad un escalón de alguna escalinata fue su almohada y la noche su cubrecama.

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