martes, 24 de agosto de 2010

Tiempo de Mocedad

Quién no ha recordado su juventud alguna vez, cuantas veces se nos han venido a nuestras mentes los recuerdos de los esos queridos años de las amistades, del colegio, de pasarla bien, de reuniones en casa de algún amigo a la hora de onces, o tal vez alguna fiesta donde conociste al primer pololo(a), los días de donde todo corría y siempre estábamos ocupados o pasábamos mucho más tiempo fuera de nuestros hogares entretenidos sanamente. Con calidez y orgullo recuerdo los paseos frecuentes por la avenida Playa Ancha o por la calle San Pedro, donde entre vueltas y miradas, las chiquillas pasaban entre risas coquetas y nerviosas, niñas sonrojadas y caras acusadoras se nos pasaba la tarde, los antiguos grupos que se establecían en la avenida, todos los días era frecuente verlos en cada esquina, la brisa del viento bamboleando algunos letreros de algunos almacenes, en los asomos de la primavera que se acercaba, tiempos de los reparadoras de calzado o más bien de la media suela con taco de goma, o bien cocidos los bototos en algunos casos, a cuantos remendones conocí, al fin de cuentas por esos días era muy común estos enmiendos, el querido zapatero, que teñía los zapatos y hacía joya con el lustre de algunos, hasta dejarlos listos para el día Sábado, para el encuentro en alguna fiesta o comilona, también recuerdo con nostalgia a las queridas señoras sastres que hacían ropa a la medida en sus casas, remiendos o costura en general, el típico acorte del pantalón largo o la basta, los primeros que tuve, siempre los recordaré, ya que hasta grandes usábamos pantalones cortos y con suspensores, las señoras afanadas con cortes de tela nuevos que compraban, y las dueñas de casa que se mandaban hacer un trajecito de dos piezas o algunas polleras, sacada de alguna revista de moda de esos años, y también algún atuendo nuevo para salir con su pareja o marido, asimismo nuestros queridos emporios de aquella época, el Sol, repleto de gente los días domingo, donde cuando se compraba queso rallado, el vendedor metía un gran pedazo de queso en una especie de máquina de madera, la cual tenía una manivela, que al darle de vueltas en otro lado iba saliendo el queso rallado, el almacén Crucero, y otros emblemáticos todos atendidos por sus dueños de ascendencia italiana. La mocedad a flor de piel y pensando en que tiempos hermosos vivimos, pero siempre para todos los de aquellas años siempre quedarán las nostalgias propias de un bello pasado en un gran cerro.

jueves, 12 de agosto de 2010

Tan Cerca y Tan Lejos

La distancia del tiempo que ha transcurrido desde la infancia despreocupada a la adultez son espacios totalmente diferentes en el correr de los años, recuerdo ciertamente la niñez en mi querido cerro donde los días domingos íbamos en grupo al teatro, podía ser el Iris o talvez el Odeón, no importaba, pero sagrado era el día Domingo, rápido pasa ese pensamiento por mi mente, quizás de noche no poder dormir e intranquilo por el llegar de el día Lunes, otra vez al colegio y los deberes, el encuentro otra vez con ese entorno de amigos de infancia, volar con la imaginación en un día era como ver un atardecer, hermosos rayos de sol sobre el mar paseando por Carvallo sin preocupaciones, lejos y cerca a la vez pueden ser palabras diferentes, pero ahora están más unidas que nunca, lejos y cerca son solos instantes en que recordamos y pasamos de un estado a otro en milésimas de segundos, que curiosa la vida, en nuestra mocedad hasta podíamos sentir el suave y lento pasar de las horas como si nos acariciaran, pero que distinto es el tempo cuando somos adultos, todo es rápido, las horas vuelan, y los días y meses pasan raudamente, que curioso sabor, de todas formas que belleza el vernos incorporados como el habitante de un cerro donde aún sin conocernos con muchas personas y quizás miles, somos compañeros de un viaje celestial donde todos vamos como pasajeros, pero cerca el poder recordar detalles infinitos que ocurrieron, que a veces me han hecho sonreír caminando en alguna populosa calle, que curiosidad el aventurarse en este camino dispuesto como una mesa para los comensales, donde todo esta preparado y servido. La nostalgia a flor de piel, la puedo sentir y la abrazo como un tesoro que no quiero soltar.