martes, 13 de abril de 2010

Gratos Sabores

Caminaba por unas de las tantas calles de este cerro, un día otoñal con algo de frío, al pasar por algunas puertas y en el aire podía oler los sabores de algunos exquisitos platos, hora de almuerzo, y las bocanadas flotaban, dejando entrever las buenas preparaciones de alguna dueña de casa, olores de ricas cazuelas, garbanzos, papas con chuchoca, y por ahí algunas carnes que chirriaban en algún viejo sartén, la boca se hacía agua, solo los pasos apurados para calentar el cuerpo y los pies adormecidos por la humedad, durante esta pasada por estas calles podía pensar y volver a recordar las antiguas preparaciones que se hacían, donde no dejaban de faltar las entradas, las sopas, y el infaltable tercer plato contundente y casi quemante, cuando las dueñas de casa “vivían en la cocina”, solo por esos tiempo el padre era el proveedor, suculentos manjares desde que amanecía el alba, en la cocina todo era trabajo, desde el pan horneado en la antigua cocina, y que llegaba humeando a la mesa, mantequilla color oro, y mermeladas de frutos estacionales, luego comenzaba la lidia con la preparación del almuerzo, tiempos de abundancia donde había tiempo para el disfrute de la comida y se podían tomar el suficiente tiempo para cualquier cosa, la famosa sopera, aún la veo humear llegando desde la cocina, las servilletas dobladas, metidas en argollas de metal, nunca pensé que algún día me limpiaría la boca con un pedazo de papel, la loza reluciente y los platos soperos con muchos adornos, la alcuza, y los vasos dispuestos para una copa de agua o de vino, todo era como una canción lenta, había tiempo para sentarse tranquilamente, conversar entre los comensales, y llegar hasta el postre bien merecido, tal vez unos huesillos con mote, o una leche nevada, después el paso obligado la siesta, costumbre española atesorada por algunos hasta ahora, que bien venían esos minutillos demás, ya llegada la hora de las onces, otra vez ruidos de sables en nuestra cocina, la taza de un buen té, o una taza de cacao con leche caliente, algunos escones, y pan tostado con queso y algún trozo de carne mechada, para terminar alrededor de las seis de la tarde, eso con el compromiso de la cena, infaltable manjares que se volvían a preparar, otras comidas para la noche, otra vez la dueña de casa se afanaba en tener alguna exquisitez, un plato de carne adornada con papas, o un graneado arroz, y salsas de carne, y el que quería podía pedir un consomé, otra vez la locuaz sobremesa y los más chicos a acostarse, los más grandes quedaban disfrutando un rato de una buena tertulia acompañados de un buen bajativo que más de alguno lo haría soñar tranquilamente durante la tranquila noche, noche helada de otoño, y la casa se empezaba a apagar lentamente, mientras todos se cobijaban bajo las ásperas sábanas de saco, y las mantas gruesas que nos abrazaban. Sueños y vivencias de muchos nostálgicos que vivieron estos pasados, y que deben estar echando de menos aquellos tiempos.

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